El debate sobre HBO Max va más allá del racismo y la censura
La reacción ligeramente exagerada a la decisión del servicio de Warner de sacar temporalmente Lo Que El Viento Se Llevó visibiliza problemas reales de representación y preservación.
En los últimos años se viene dando un debate sobre representación en los medios de comunicación que, a pesar de generar millones de likes y retweets, no es nada nuevo. Replica conversaciones que existen hace décadas en el ambiente crítico y académico.
El problema es que mientras esos contextos están diseñados específicamente para el debate, las discusiones sobre representación en redes sociales, foros o canales de YouTube suelen caer en estridencias.
Y la palabra favorita del nuevo indignado de Twitter para reaccionar a cualquier crítica o revisión de una obra del pasado es “censura.”
El que invoca la palabra “censura” suele extrapolar cualquier observación o crítica hacia lo que en su imaginación sería el siguiente punto lógico: la prohibición del objeto criticado, en lo posible invocando hechos tan indignantes como la quema de libros por parte de los nazis o el despido de Zack Snyder por parte de Warner.
El argumento detrás de esa supuesta censura exagera el poder de las redes sociales, como demuestran artistas “cancelados” como Louis CK o Woody Allen que en el último año han, mágicamente, llenado teatros y filmado películas a pesar de su supuesta excomunión.
El grito de “¡censura!” evoca una época en la que el progresismo quizás era más fácil, en la que los que controlaban los medios eran instituciones inmutables como el Estado o la Iglesia. Se complica la metáfora de quemar un libro cuando en Internet cualquier obra está a un par de clicks de distancia.
Al menos por ahora.
Porque también es muy fácil simplificar el argumento para el otro lado. No es necesario ponerse distópico para concluir que empresas privadas más interesadas en cuidar su imagen o su billetera no deberían ser los nuevos árbitros de lo que es permisible y lo que no.
El debate parece claro en el caso de Lo Que El Viento Se Llevó, una mirada romántica sobre la segregación que se retira temporalmente de un servicio para incluir “contexto” (signifique lo que signifique esto), pero se complica más cuando Amazon corta escenas de sexo gay de una película, cuando Disney cubre con grotescos efectos digitales el cuerpo de una actriz, cuando Netflix decide que un informe sobre Arabia Saudita no se puede ver en Arabia Saudita.
Y aunque cada uno de estos actos de censura real (no hipotética) tiene una explicación, cualquier análisis del futuro de la industria audiovisual tiene que tener en cuenta que su pasado es vulnerable a revisión en un mercado en el que no parece haber lugar para la preservación.
Nosotros nunca somos los dueños de la tijera
El lunes pasado, el guionista John Ridley (American Crime, Doce Años de Esclavitud) publicó una columna de opinión en el Los Angeles Times que discute Lo Que El Viento Se Llevó, un clásico indiscutible de Hollywood. Una película romántica de 1939 que ganó diez Oscar y se considera uno de los puntos más altos de la Era de Oro del cine.
Pero lo que Ridley dice en su editorial es que Lo Que El Viento se Llevó es una obra abiertamente racista, inaceptable para esta época.
Los argumentos son tan difíciles de negar como el estátus de clásico de la película. Sus caricaturas raciales, su visión romántica de la Guerra Civil y la forma en la que ignora los horrores de la esclavitud no son segundas lecturas: son el texto de la película.
El autor dice no creer en la censura, por lo que sugirió en su editorial que el servicio de streaming HBO Max (propiedad de Warner, el mismo estudio que produjo la película) retire por un tiempo Lo Que El Viento se Llevó de la plataforma, como una muestra de respeto a las actuales manifestaciones antirracistas, y que la vuelta a subir más adelante, junto a películas y documentales que representan de forma fehaciente ese pasado.
El martes, Warner hizo exactamente eso. La película ya no está disponible en HBO Max y se podrá ver en un tiempo indeterminado junto a lo que el servicio llama “una discusión sobre su contexto histórico y las representaciones raciales.”
Y me sorprende que Warner, que usó Lo Que El Viento se Llevó como parte central de las promociones de HBO Max durante los últimos tres meses, recién se entere de que existe gente que la considera racista.
Desde el día de su estreno la película ha recibido críticas por parte de líderes de la asociación de fomento afroamericana NAACP, y se han publicado incontables papers académicos sobre los problemas de su representación racial. Esta no es una “nueva” perspectiva. Simplemente, los que antes no tenían voz, ahora la tienen.
Aún así, parece un final feliz para todos. Ridley dice en su carta que no quiere que la película “termine en una bóveda de Burbank”, y Warner reitera que no la editará sino que solamente sumará ese contexto sin alterar el contenido original.
Pero el debate va más allá de una sola película. Y las circunstancias no son tan simples como uno quisiera, ni las soluciones son siempre tan elegantes.
La solución extrema de Disney
Por ejemplo, se puede hablar de Canción del Sur, otra película acusada de racismo desde su estreno en 1946. Este largometraje animado de Disney tiene los mismos problemas que Lo Que El Viento se Llevó, pero no tiene la misma estatura dentro de la industria del cine.
Por eso Disney decidió enterrarla en esa bóveda imaginaria de la que habla Ridley y no la edita en formatos hogareños desde 1986. No está en DVD, no está en Disney+, y la última edición legal es un LaserDisc japonés de los ‘90.
En otra edición de CortaCable hablé del tema en detalle, pero lo que quiero destacar de aquel informe es una frase de la historiadora Karina Longworth (del podcast You Must Remember This), que dice que considera que debería existir una forma de ver la película, con el contexto correcto.
Esté uno de acuerdo o no con las ideas que representa, Canción del Sur es parte de la historia de la industria y el arte del cine de animación.
El problema es que no existe ni existirá una plataforma en la que se pueda ver, porque la preservación del cine como hecho artístico y no comercial no es del interés de estos estudios. Si una película no es un producto, no es nada.
Y aunque Lo Que El Viento se Llevó sea una obra demasiado grande como para “cancelar” del todo, queda claro que si Warner pudiese, lo haría. De la misma forma en la que disolvió en 2018 su emprendimiento Filmstruck y la iniciativa Warner Archive, que permitía adquirir copias perfectas de películas casi olvidadas del extenso catálogo de un estudio que tiene casi 100 años.
Nadie “canceló” esas películas del Warner Archive. Pero igual no se pueden ver. No justificaban la inversión y las constantes alteraciones de las leyes de derechos de autor (fomentadas, entre otros, por la misma Disney) hacen que sea ilegal copiar las películas que los estudios no tienen interés en venderte.
¿Debería estar la profundamente racista Canción del Sur al lado de Mulan y Moana? Probablemente no. Hay una discusión que vale la pena tener sobre el lugar de cine “problemático” dentro de un servicio de entretenimiento masivo y global.
El problema de la representación y la caricatura racista (u homofóbica, o misógina) ya se ha discutido en profundidad, y la mayoría de los espectadores de dichos servicios no tienen por qué tener el contexto necesario para ver estas películas y separarlas de las condiciones detrás de su realización.
De paso, hay otro debate sobre qué representaría exactamente ese “contexto” que se propone sumar a estas obras. Warner suele mostrar una placa antes de sus dibujos animados que aclara que ciertas representaciones raciales y de género son inaceptables para esta o para cualquier época, pero que por su valor histórico se preservan de esta forma. Disney hace algo parecido con Dumbo en Disney+ ¿es suficiente una línea de texto para justificar caricaturas raciales?
O mejor dicho ¿importa? Porque cualquiera de estas conversaciones parece imposible de sostener en un entorno estridente, en el que Disney, por ejemplo, prefiere olvidar que alguna vez financió, exhibió, y cobró los réditos de Canción del Sur. No hay un “streaming B” para cinéfilos en el que uno firma un contrato antes de entrar en el que jura entender el contexto histórico de cada película.
Y aún si lo hubiera, Disney no soltaría Canción del Sur, tenga o no contexto, porque no le conviene. Lo que la empresa puede ganar por exhibirla es mucho menos que el daño que podría causar a su imagen corporativa.
Por eso es que, esté o no uno de acuerdo con las críticas a estas películas, estas cancelaciones parecen una solución brutal, incompleta, que evitan lo que hasta el cinéfilo más inclusivo pediría: que este contenido se analice a través de una mirada moderna. Borrar la historia es una garantía de repetirla.
La comedia cruel también es parte de la historia
Mucha menos publicidad tuvo la decisión conjunta de Netflix y la BBC de sacar de sus servicios la comedia Little Britain (2003-2007), parte de la tendencia de esa época a un humor agresivo, ácido, que rompía tabús y que influyó en todo el mundo, desde South Park hasta Peter Capusotto.
La razón específica de la BBC para bajar el archivo de esta serie tiene que ver con una serie de personajes que usan “blackface”, o maquillaje para parodiar personas de otras etnias. Una práctica criticada desde hace décadas, y que el mismo Matt Lucas, co creador de la serie, admitió no repetiría, llamando a Little Britain “una categoría cruel de comedia.”
Pero Little Britain o las comedias también canceladas del australiano Chris Lilley (Jonah From Tonga) no van a volver con un “nuevo contexto”, sino que probablemente queden relegadas al mismo cajón de la historia en el que John Ridley no quería meter Lo Que El Viento se Llevó.
Y es difícil hoy hacer campaña por lo contrario, porque es imposible defender cualquiera de estos productos sin admitir que son racistas.
Sus propíos autores lo hacen. Lilley y Lucas trascendieron hace años esas “comedias crueles” y no van a defender su archivo sino mantener sus lucrativos contratos con Netflix y productoras similares. ¿Y cómo se puede negar hoy que es real lo que la NAACP llamó hace ochenta años actitudes de “Tío Tom” con respecto a la representación de Canción del Sur y Lo Que El Viento Se Llevó?
Pero personalmente, no puedo evitar sentirme incómodo cuando grandes corporaciones deciden lo que se puede o no ver, de acuerdo a la dirección en la que sople el viento.
Hace un mes, HBO Max anunciaba con bombos y platillos el corte del director Zack Snyder de Liga de la Justicia, gracias al trabajo incansable de una campaña de fanáticos. Fanáticos notorios por su comportamiento tóxico hacia críticos de la obra del director, particularmente mujeres como Joanna Robinson, que escribió sobre el tema para Vanity Fair.
Warner es amoral, acrítica, y responde a sus necesidades del momento. Y no es la única.
La pareja, la revista, la sirena
Hace dos semanas, el director Francis Lee tuiteó indignado que Amazon Prime Video había censurado escenas de sexo gay no explícitas de su (excelente) comedia romántica God’s Own Country.
Horas después, el director confirmó que los cortes no habían sido responsabilidad de Amazon, sino de la distribuidora en Estados Unidos Samuel Goldwyn Films y pidió disculpas al servicio de streaming. Según Lee la idea de la distribuidora era “generar más ganancias.”
Unos días después circuló un extracto de Volver Al Futuro 2 en Netflix. En la escena en la que Marty encuentra una revista erótica dentro del Almanaque Deportivo alrededor del que gira toda la historia, la versión de streaming tenía un brusco corte de edición que censuraba la portada (bastante poco sugerente) de la revista “Oh La La”.
El guionista Bob Gale se quejó directamente a Universal que, como Samuel Goldwyn, admitió haber entregado al servicio una versión cortada.
En el caso en el que el estudio y el servicio son el mismo, se complica. Disney ha censurado de forma “creativa” varias de sus series y películas. La más graciosa de todas, quizás, sea Splash, la comedia de Tom Hanks sobre una sirena interpretada por Daryl Hannah, que en una escena en la que corre desnuda hacia al mar ha recibido un implante capilar digital impresentable.
Ninguna de estas películas es un festival de sexo y violencia. Estamos hablando de un indie minimalista y dos comedias familiares de los ‘80.
Pero por lo que dicen Gale y Lee está claro cuál es el objetivo: ajustar películas a los estándares de estos servicios de streaming, que son todavía más estrictos que los del cine.
La clasificación de Splash y Volver al Futuro 2 en el momento de su estreno en los cines fue de “PG” (Parental Guidance), que es similar a nuestro Apto Para Todo Público. God’s Own Country no se estrenó en cines de Estados Unidos pero en su copia original en Inglaterra estaba prohibida para menores de 15 años. Dos entes clasificatorios famosos por su puritanismo.
Gale y Lee están satisfechos con la explicación de los servicios: “el estudio tomó la decisión”. Pero ¿por qué los estudios eligen reeditar sus películas para ampliar el posible público, si ya tienen clasificaciones familiares del ente correspondiente a cada país?
Los cortes no cambian las clasificaciones. Una película “PG” sigue siendo “PG”, pero estos servicios están basados en algoritmos que no sólo miden lo que uno ve, sino cuánto ve. Los padres o públicos más pudorosos van a dejar de ver la película si pasa algo que no les guste. Un beso entre hombres. Una revista erótica de los años ‘50. Las nalgas de Daryl Hannah.
Son cortes similares a los de las películas que se dan en aviones, un contexto en el que se entiende que se edite una escena de desnudez, pero en el que por contrato los estudios están obligados a informar al espectador de la modificación del contenido.
Y en el momento en que nos alejamos de Estados Unidos, el rol de los servicios sobre el contenido se complica todavía más.
La diferencia entre “censura” y censura
En India, por ejemplo, hay una regulación “suave” de la industria audiovisual, similar a la de China. Nunca se dice exactamente lo que se puede o no mostrar, pero se puede incurrir en una multa, críticas por parte del gobierno o hasta prohibición si se cruza esa línea indefinida.
Por eso Netflix India suele ahorrarse el problema y pasar versiones censuradas, que solo modifica en caso de que, como God’s Own Country o Volver al Futuro II en otros páises, causen un revuelo en redes sociales. Quizás la más notoria sea la versión de la serie Vikings que corta escenas de sexo y violencia y hasta difumina platos de carne en la mesa de los personajes.
En febrero Netflix publicó un “informe de transparencia” luego de que varios estudios y artistas pidieran explicaciones sobre distintas instancias de censura. La empresa admitió que retiró varios contenidos de versiones internacionales del servicio por requerimiento de sus respectivos gobiernos.
El material efectivamente censurado (en este caso no hay eufemismos) incluye contenido relacionado con religión y drogas en Singapur, un episodio del talk show de Hasan Minhaj en Arabia Saudita, y el documental The Bridge (que habla del puente favorito de los suicidas de San Francisco) en Nueva Zelanda.
En ninguno de estos casos el servicio comunicó previamente sus acciones. En ninguno dijo que lo iba a dejar de hacer. “Nuestro negocio no son las noticias” dijo el CEO Reed Hastings, hablando del especial de Minhaj, “no estamos para pelearnos con el poder”.
Si los gobiernos lo piden, el contenido se baja. Solamente en Brasil Netflix se enfrentó a la Justicia y apeló la prohibición de un especial de Porta Dos Fundos (el canal de YouTube más popular del país) sobre un Jesucristo gay. La cancelación hubiera resultado mortal para el contenido más promocionado del servicio, en una de sus regiones más fieles ¿Pero Vikings en India? Borronealo.
Entonces el argumento que al principio parecía clarísimo, se complica. Que HBO Max decida bajar una película claramente racista y volver a subirla con cierto contexto parece la mejor solución posible. Pero no es una solución que los servicios estén dispuestos a aplicar a todo su contenido.
El fantasma de la pre-cancelación
Cada uno de estos actos se va acumulando. Si hoy las series se piensan para llenar el catálogo de un servicio, ya no te conviene que te cancelen en 20 años como pasó con Little Britain.
Y quizás nadie llore la muerte de, cómo hoy la llama Matt Lucas, una “comedia cruel”, pero ¿qué pasa con series políticas como la de Minaj? ¿con la violencia de Vikings que cierra puertas en India? ¿con el romance gay de God’s Own Country?
¿Por qué no producir algo más fácil, más familiar, más “Disney”?
El efecto de estos cortes es el de disuadir a las productoras, que tendrán más cuidado con sus futuros contenidos. El ejemplo claro es Disney+, auqe antes de su lanzamiento arrancó la producción de tres series para un público juvenil, que nunca se verán en el servicio.
La comedia romántica High Fidelity tenía temáticas “adultas” y se fue al servicio Hulu (la pantalla “adulta” de Disney). La comedia juvenil Love, Victor no parece haber cometido otro crimen que el de tener un protagonista gay. También va a Hulu.
La nueva Lizzie McGuire (sobre la que escribí en detalle hace unos meses) perdió a su estrella y a su creadora cuando Disney se quejó de que el personaje (hoy de 30 años) viviera los conflictos de alguien de su edad.
Hay gente más capacitada que yo para analizar el lugar de Lo Que El Viento se Llevó en la historia del cine y su impacto sobre la cultura afroamericana. Es un debate que lleva 80 años y que, al menos en lo que respecta a este último caso, parece haber llegado a lo que temporalmente una conclusión satisfactoria para las dos partes.
Está bastante claro que la carta de Ridley y la actitud de HBO Max está lejos de ser censura. Pero casos como el de Splash en Disney+, de Vikings en Netflix y del especial de Minhaj parecen estar mucho más cerca de la definición tradicional de la palabra.
Por eso la pregunta que se puede hacer es, ¿podemos ir caso por caso analizando lo que es aceptable o no? ¿lo que se justifica y lo que parece exagerado? ¿lo que es arte y lo que es entretenimiento? ¿lo que es lenguaje de odio y lo que es discurso protegido por la libertad de expresión?
¿Puede haber una censura “buena” y una censura “mala”?
Yo no lo creo. En el momento en el que entregamos las tijeras a los dueños de una empresa, las van a usar, sin siquiera explicarnos cuándo y cómo lo hacen, basándose en los criterios del grupo que grite más fuerte.
Hoy es una protesta con la que pocos podrían estar en desacuerdo, pero mañana el que gritará será otro pastor homofóbico, Netflix mirará para el otro lado, y no nos va a quedar otra que aceptar los cortes. Porque lo preocupante de todo esto es lo mismo que celebramos de los servicios de streaming.
Lo que amamos de Netflix, Disney+ y HBO Max es que tenemos todo lo que queremos ver en un sólo lugar.
Pero a la vez, tenemos una sóla mano controlando cómo vemos ese contenido.
A la sombra del streaming, de a poco van desapareciendo los canales de cable, la industria del Blu-ray/DVD y las filmotecas. Las leyes antipiratería se vuelven cada vez más estrictas y YouTube (o Twitter, o Facebook) no tiene problema en eliminar cuentas si compartimos una película con derechos de autor, sin importar que no esté disponible en otro formato.
La frase clave de la carta de Ridley resuena: ningún artista quiere que una obra, por más problemática que sea, termine en la bóveda de un estudio.
Pero mientras el control esté en manos de las pizzerías del contenido, va a seguir pasando.
¡Hello! Si llegaste hasta acá es que realmente te gusta leer todo este cumulonimbus de letras y fotitos.
Te cuento que desde hoy CortaCable se vuelve un newsletter semanal. La cadencia diaria es estimulante pero agotadora, y creo que hay otros medios y servicios que pueden cubrir mejor ese ritmo de noticias sin caer en la repetición.
Este nuevo formato semanal busca volver al concepto original de la newsletter: un análisis personal basado en una investigación exhaustiva que espero poder enriquecer con mi propia experiencia como redactor, productor y ¿por qué no? espectador.
En los próximos días también voy a reactivar la cuenta de Twitter de CortaCable, que espero se convierta en un lugar donde buen lugar para compartir novedades sin tanto análisis, y quizás poder discutir sobre los (¡muchos!) debates que surgen alrededor de la industria del streaming.
¡Nos vemos allá! Hasta el próximo miércoles.